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            La inestabilidad política y los conflictos dinásticos producidos en España, durante la primera mitad del siglo XIX, no eran el mejor de los escenarios para desarrollar las inversiones necesarias, muchas de ellas de capital extranjero, para la implantación de una red de ferrocarriles que compitiera con los caminos reales construidos un siglo antes.

          Fue la Real Orden de 31 de diciembre de 1844, la norma básica reguladora de las primeras líneas que entraron en servicio a cargo de compañías privadas que recibieron ventajosas concesiones por parte del Estado. Detrás de estas sociedades encontramos a muchos de los políticos del distrito electoral de Enguera, que envueltos con la bandera del progreso y la modernidad, diseñaron los itinerarios y materializaron los trazados de estas concesiones, de las nuevas líneas del ferrocarril, en base a priorizar la rentabilidad de sus inversiones, entre las cuales nunca estuvimos nosotros. La construcción de estos nuevos caminos de hierro, al menos en nuestra zona, a grandes rasgos, transcurre de forma paralela al Camino Real y supuso, en sus inicios, una nueva forma de transporte de personas y mercancías que aventajaba al antiguo camino en la rapidez y seguridad de la ruta, en ambos sentidos, entre Madrid, Almansa y Valencia.

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