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             Para cualquier cronista que, a lo largo de estos cuatrocientos años, se haya acercado alguna vez al monumento, resulta incuestionable que la verdadera belleza de esta alqaríyya, siempre residió en su paisaje interior. El jardín que esta familia, generación tras generación, diseñó y cuidó en lo más íntimo de la alquería, nos da muestra de un signo de refinamiento que siempre buscó la armonía del monumento con su entorno. El edificio, que en la ornamentación de algunas estancias, nos muestra de forma rotunda los gustos de sus señores, también en sus silencios, nos ofrece un esclarecedor relato sobre la forma en la que esta familia, al igual que la de los Parcent, Fuster y otras en la época, pudieron transitar en apenas dos generaciones desde una posición de humildes mercaderes a opulentos ricoshombres ennoblecidos. Sin lugar a duda, la alquería fue para todos ellos un signo distintivo del poder y la posición social que ocuparon en la Valencia de los siglos XVI al XIX.