A comienzos de la década de 1790 Baltasar Fuster era un labrador, padre de ocho hijos que ejercía como familiar del Santo Oficio, con un importante patrimonio rural, dedicado al comercio y con una formación suficiente como para abrazar las nuevas ideas de la ilustración que llegan a estas tierras de la mano de algunos ilustrados como Cavanilles. El naturalista, siete años más joven que Baltasar, es un convencido del papel que la ilustración podía desarrollar en el progreso de las zonas rurales de interior en Valencia, y en sus viajes por estas tierras busca y recluta, a los hombres, influyentes y letrados, que sobre el terreno estén en disposición de llevarlas a la práctica.